La voz
“…la imponente ladera rocosa, blanquecina con
algunos matices
lilas y grisáceos, cae en forma abrupta en un valle
encantado.
Éste está
tapizado por lavandas que lanzan al espacio sus
aromas y colores.
La laguna Brava recibe flamencos, los que se
amalgaman con los gritos de ciertos pájaros
extraños. Dos
chalets se
observan erigidos en el exacto sitio donde la loma
comienza a elevarse. Sus jardines de tulipanes estallan en
colores rojos y lilas, salpicados por algunos
blanquecinos…”
Ese
relato fue escuchado por Azul en una
noche de invierno,
quien
había cerrado sus ojos para dejarse llevar por la voz
armónica
y serena del locutor; el mismo que le aceleraba el
corazón
cada vez que lo oía. Sólo sabía que se
llamaba Ivo
Márquez y
vivía en la capital. Sus palabras estaban impregnadas
de
seducción. Él lo sabía bien, dándole
los tonos precisos
para
crear el
suspenso, la sorpresa o generar el misterio que los oyentes
deseaban percibir.
A la
soñadora Azul, aquel espacio radial le
transmitía una
especie
de seguridad emocional y hasta un dejo de erotismo. La
noche era
cómplice de esas sensaciones que nacían de lo más
profundo
y recorrían sus venas como un fuego. Sus oídos se
relajaban
de una manera singular. La modulación
del
comunicador era una suave caricia para su piel. Podía con ella
evocar
los momentos felices de su vida pasada y recrearlos al
instante. Lograba
viajar por los lugares más remotos y bellos del planeta. Lo que él decía despertaba un interés provocador y atrapante.
Estaba
convencida que Ivo Márquez, sin ser médico, curaba. Sin
ser
sicólogo, daba consejos. Él volcaba en
cada programa su
pasión
innata y eso los receptores podían
percibirlo. En varias
ocasiones
se generaban diálogos con sus radioescuchas
abriendo
su micrófono y su corazón. A menudo
Azul llegó a
sentir
celos por las mujeres que se comunicaban
con él por teléfono.
Cuando la
noche avanzaba y los sueños iban devorando a las
calles y
a sus moradores, la emisión fenecía.
Entonces ella, contagiada por la placidez del melodioso tono vocal que
seguía retumbando en su mente, se dormía plácidamente.
En la oficina donde trabajaba, las mujeres
sabían del deleite
causado
por “la voz de la garganta de oro”, pero la mayoría no
podía
escuchar a Ivo Márquez. Los niños y el
hogar eran un
impedimento
para ellas. En cambio, Azul estaba
divorciada y no
tenía
hijos. Era dueña de dos horas por día para soñar despierta.
Un lunes
del mes de septiembre, ella se levantó con el propósito
de ir a
la radio para conocer a Ivo. Le diría
que lo escuchaba
desde el
primer día que comenzó a lanzar su voz clara por los
aires. Le diría que sus palabras eran sanadoras y la
envolvían
como un
halago. Le diría que soñaba cuando
describía los paisajes como si los
hubiese tenido delante de sus ojos. Le diría que
sus
expresiones suavizaban las horas nocturnas. Le diría tantas
cosas
juntas que no sabría cómo hacer para que él la
comprendiera
claramente.
Se colocó
el mejor vestido y su calzado nuevo.
Peinó los
cabellos
cortos y lacios, delineó sus ojos pardos, se pasó
rouge por sus labios carnosos y envolvió su cuello con el
mejor perfume.
Cuando
llegó al edificio de la Radio Universal dos horas antes del comienzo de la
transmisión, le indicaron que se acomodase en las butacas de la entrada principal. Aguardó allí con un resabio de nerviosismo.
Se abrió
la puerta vaivén y lo vio. En su mano
derecha asía con
fuerza un
bastón blanco y a su costado izquierdo, un señor de mediana edad lo acompañaba.
Azul se
acercó para saludarlo. Al estar frente a Ivo observó sus
ojos
inertes y el semblante apacible. Se
saludaron besándose
en las
mejillas. Ella no pudo emitir un solo vocablo ensayado
mientras
él le preguntaba el motivo de su
presencia. Azul
apenas
pudo contestarle. Ivo tomó las manos temblorosas de la
mujer y la invitó a compartir el desarrollo del
programa que
empezaba
en minutos.
Emocionada
hasta los huesos, le dijo que sí, que lo acompañaría con placer.
La mesa
de trabajo mostraba instrumentos adaptados para las
personas
no videntes. Computadoras, relojes,
anotadores y
libros en
sistema Braille estaban al servicio de
Ivo, quien
comenzaba la radiodifusión expresando estos términos:
“Esta noche tengo a mi lado a una mujer brillante.
Se llama Azul.
Bonito nombre. Como el cielo y como el mar. Ella me
acompañará y será la luz de mi mirada, la luz que
perdí hace
varios años cuando me dirigía al Instituto Superior de
Enseñanza Radiofónica. Ese mismo día, me habían
otorgado el
título de Locutor Profesional. A la salida, alguien
no respetó el
semáforo y fui arrollado sin piedad. Perdí la
visión de ambos ojos
pero Dios quiso que mi voz siguiera intacta.
Ella es mi
instrumento y la lanzo al aire para todos los que
están del otro
lado, escuchando este espacio, como lo viene
haciendo desde varios meses mi amiga Azul.”
Hoy se
sabe que Ivo y Azul forman una pareja inseparable. Él le
susurra palabras de amor al oído y ella se deshace
entre sus brazos.