miércoles, 7 de enero de 2015

"Las imágenes salvan"



                               Las imágenes salvan

Se lamentaban su partida. Todos. Todos aquellos que la amaban por ser como era. Alma estaba inerte como un ave baleada,  con sus ojos cerrados para siempre.
En un rincón del salón recordaban la afición de Alma  por la fotografía.  Desde muy pequeña lo demostraba. Usaba su intuición y su manera particular  de mirar las cosas.
Le atrapaban los amaneceres y atardeceres. En sus archivos de imágenes guardaba más de dos mil fotografías de esos instantes únicos.
A sus pies, su amiga Juana  recordaba  la última conversación que había sostenido con Alma. Ésta le había confesado que tenía un admirador de sus obras a través de internet. Ese muchacho que aparecía con el apodo: “Tochi” la había añadido como “amiga” y llegó a confesarle a Alma que esperaba ver sus ediciones con extrema ansiedad. Todos los días, a la misma hora, se conectaba para apreciarlas. Lo venía haciendo durante largos meses.
Un día Alma le propuso al muchacho que deseaba ver algunas de sus imágenes.  También ella estaba expectante por alguna devolución visual de su autoría. Entonces él fotografió un paisaje en donde las nubes blancas se entrecortaban sobre el cielo celeste.  A lo lejos se veía un cordón montañoso de un color indefinido.
Era una imagen simple tomada desde el interior del mismo  lugar.  Ella comentó su obra y lo animó a editar más imágenes siguiendo  ya que Alma adivinaba su inclinación  por la fotografía. Y Tochi así lo hizo.  Había registrado un cielo gris, con nubarrones oscuros dueños de una tormenta que se avecinaba. Nuevamente el cordón montañoso se divisaba en el horizonte.
Alma pensó primero que se trataba de un juego: fotografiar el mismo lugar desde un punto fijo y determinado previamente. Sin embargo, cuando vio la tercera imagen que el muchacho le había mandado, las montañas estaban algo desplazadas hacia la izquierda y una torre se erigía en el espacio. A ella le extrañó que eligiera siempre el mismo espacio. Además se preguntaba qué significaba una  torre tan alta allí.
Una tarde, Alma había viajado a un pueblo ribereño, cerca de las márgenes del río Coronda. La vegetación del lugar estallaba en colores brillantes. Mandó varias tomas  a su amigo virtual. De inmediato él le respondió: “¡Cómo quisiera ser parte de ese paisaje!”
Intrigada ante esa expresión,   le respondió: “Sólo hay  que llevar tu cámara adonde vayas, siempre encontrarás sitios bellos”.
Habían pasado algunos meses sin noticias del muchacho. De él sólo conocía su seudónimo y sus gustos por ver paisajes. Ella continuaba mandándole fotografías  de parajes hermosos del país. Él sólo respondía que al verlos era como estar allí, frente a los mismos. Se sentía un pájaro volando por encima de esos lugares.
Una mañana, cuando Alma se dirigía a su trabajo, escuchó en la radio la noticia que un hombre había sido liberado después de un largo juicio en donde se confirmaba su inocencia. Lo habían culpado por un secuestro que jamás había cometido. Dieron un nombre: José Deville,  alias Tochi.
Cuando el periodista lo entrevistó para saber cómo hizo  sobrellevar los duros momentos en la cárcel, él  le contestó: “Me evadía de la realidad mirando cientos de  imágenes bellas que capturaba una mujer. Se llama Alma”.
Juana volvió a mirar el rostro rígido de Alma. Pensó que no sólo los libros salvan, sino también salvan las imágenes. Y eso logró Alma: supo atraparlas para aquél que deseaba soñar…


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