La araucana
El
rostro de la mujer araucana
delataba una gran angustia.
Tenía
destrozada su alma. Tiempo atrás, ella vivía en pleno corazón de la provincia
de Neuquén con su esposo, en terrenos aledaños al Llao Llao.
Contaban
con unas pocas vacas lecheras, a las que
ordeñaba a diario. Eran el sostén del hogar.
Cuando
la vi, ella notó en mí una gran intriga que se desprendía de mis ojos absortos
ante su amargura, entonces comenzó a entablar con diálogo conmigo.
De a poco mi intriga se fue
desvaneciendo ante sus quebrantadas palabras. Me dijo que hacía seis meses unos hombres bien vestidos y
con papeles en sus manos, se presentaron en su campito amado aduciendo que
debía retirarse ella y su compañero, porque esas tierras ya no le pertenecían.
Venían de parte de una empresa importante cuyo móvil era edificar un gran hotel
internacional.
—Ahora
estamos viviendo en un barrio en donde las casas son todas iguales, ni patio
tenemos— explicó con mucha congoja.
Me
imaginé su estado de desesperación, y continuó:
—El
gobierno del municipio nos da cada mes un subsidio, pero eso a mí no me gusta.
He vivido dignamente con mis trabajo, pero ahora…
Le
pasé mis manos por su cabeza y le dije:
—La
entiendo, créame. Ojalá pudiera hacer
algo por Ud. Pero yo sólo soy una persona más que vive las injusticias
como tantos habitantes de este país.
Gladys Taboro

No hay comentarios:
Publicar un comentario