La
revelación
La llama del fósforo vaciló entre los dedos
de Lucía y se apagó a causa de la brisa suave que se escurría entre las
cortinas de voile. Ahora, totalmente a
oscuras, tanteó el rostro de su amado, que dormía plácidamente y rozó sus
labios húmedos en la curva de los hombros. En las sombras nocturnas, tan
azabache como sus ojos, se fue desnudando lentamente. El respirar de su pareja era una suave música
que endulzaba sus oídos.
Un año atrás se habían conocido buceando en los mares
caribeños. Él había admirado su cuerpo de sirena y sus movimientos ondulantes
en las aguas turquesas. Después vino el descubrimiento interno, el ahogo de los
besos, el fuego de los abrazos, el despertar junto con
las auroras. Lucía lo amaba de verdad. Y ahí, tendida a su
lado, aguardaba la mínima señal de su despertar para al fin, susurrarle al
oído, que serían tres.
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