sábado, 28 de noviembre de 2015

                                                    Novias de las montañas 

   En ocasiones se ha hablado de las “Novias del mar”, aquellas muchachas que surgen de las aguas marinas para darles amor a los arriesgados pescadores en noches borrascosas.
   Pero también están las otras, las mujeres que sin ser deidades ni ángeles, acompañan en silencio la labor de los hombres que con sus tráfagos incesantes agujerean el mineral de las entrañas de la tierra.
   Muchos siguen preguntándose cómo hacen esas doncellas para atravesar la resistente roca.        Aseguran que es un misterio. Las personas más perceptivas, las ven surcando el firmamento hasta llegar a las moles rocosas. Allí sus figuras casi transparentes se hunden buscando las inmensas galerías abovedadas, cruzándose en todas direcciones. Las pálidas luces de algunos candiles colgados les dan la bienvenida y les permiten verlos, sumidos en sus trabajos profundos y sacrificados.
   Los mineros apenas las ven. Son demasiado etéreas. Perciben con agrado sus presencias y ellas los rodean para revelarles su amor. Los trabajadores reciben agradecidos ese afecto sutil y sagrado. Entonces se sienten bien. No experimentan cansancio. La oscuridad se minimiza y se les dibuja una sonrisa esperanzadora. Luego las jóvenes se despiden y parten hacia otros lugares recónditos.
   Los hombres han probado el amor una vez más y aguardan la próxima llegada de sus amadas para vibrar nuevamente entre sus encantos.
   “Las novias de la montaña” cumplen así su labor enigmática y sanadora.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Los vientos                                                 

Desde que Eolo entregó el odre a Ulises y éste con el afán de hallar oro en su interior lo abrió, los vientos se esparcieron por todo el mundo.
Los que pasaron cerca de Afrodita, despeinaron sorpresivamente a la diosa. Sus cabellos largos y rizados quedaron revueltos.  Otros iban acariciando las delicadas pieles de las Ninfas. Hubo unos cuantos que ayudaron a Hermes a repartir poemas y cuentos entre los Dioses y los mortales. Muchos susurraron a las enigmáticas Musas…
Los vientos siempre existieron y fueron testigos de amores oficiales o clandestinos, de romances furtivos o manifiestos, de nacimientos deseados o de muertes inesperadas.
Han cruzado las fronteras conocidas y aún las que se siguen ignorando. Transportan las fragancias hacia distancias lejanas para depositarlas sobre las flores. Llevan colores y los desparraman en la Naturaleza. El viento es el mejor escultor de todos los  tiempos y el mayor modelador del paisaje.
Viajan con partículas de alegría, paz y tolerancia. A veces arrastran fragmentos oscuros, son los que llevan rencores, odios y amarguras.
Pero un día hubo un  viento  que fue el responsable del nacimiento del amor entre Eve y Nicolás. Ella había arrojado poemas en la calle. Poemas nacidos en las noches de engaños y desencuentros que ya no quería más guardarlos.
Aquellas hojas escritas a mano  se hamacaron primero con el viento y luego un gran remolino los arrastró hasta la entrada de la casa de un joven soñador.  Él tomó esos escritos, los leyó y a partir de entonces, comenzó la búsqueda de la autora de los versos.



                                                La lluvia
La lluvia se había desatado sin aviso y su agua de cristal se escurría entre las hojas. Algunas eran rizadas, otras llanas  y varias enamoradas. Las gotas claras como el aire rodaban por los líquenes ladrones hasta llegar hasta los musgos como perlas. Deseaban acariciarlos.
Algunos monos se guarecían entre las bromelias rosadas y fucsias, misteriosas y silentes.
Y yo en mi guarida, como una loba atrapada en el Edén, esperaba  el final sonoro. Las horas se detuvieron para poder gozar, para poder fundirme entre los aromas húmedos de las orquídeas, que parecían  de organdí.
A los helechos repletos de esporangios los cubrían los hilos de plata de las arañas moradoras, curiosas detrás de sus enormes ojos negros.

Luego arribó la calma. Se oía sólo el gotear acompasado del agua escurriéndose. Las mariposas con sus alas mojadas se desperezaban y trepaban a los lomos de los canarios amarillos como gualdas. Subían y subían juntos por el aire bendecido de la selva.