La lluvia
La
lluvia se había desatado sin aviso y su agua de cristal se escurría entre las
hojas. Algunas eran rizadas, otras llanas
y varias enamoradas. Las gotas claras como el aire rodaban por los
líquenes ladrones hasta llegar hasta los musgos como perlas. Deseaban
acariciarlos.
Algunos
monos se guarecían entre las bromelias rosadas y fucsias, misteriosas y
silentes.
Y
yo en mi guarida, como una loba atrapada en el Edén, esperaba el final sonoro. Las horas se detuvieron para
poder gozar, para poder fundirme entre los aromas húmedos de las orquídeas, que
parecían de organdí.
A
los helechos repletos de esporangios los cubrían los hilos de plata de las
arañas moradoras, curiosas detrás de sus enormes ojos negros.
Luego
arribó la calma. Se oía sólo el gotear acompasado del agua escurriéndose. Las
mariposas con sus alas mojadas se desperezaban y trepaban a los lomos de los
canarios amarillos como gualdas. Subían y subían juntos por el aire bendecido
de la selva.
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