jueves, 12 de noviembre de 2015

                                                La lluvia
La lluvia se había desatado sin aviso y su agua de cristal se escurría entre las hojas. Algunas eran rizadas, otras llanas  y varias enamoradas. Las gotas claras como el aire rodaban por los líquenes ladrones hasta llegar hasta los musgos como perlas. Deseaban acariciarlos.
Algunos monos se guarecían entre las bromelias rosadas y fucsias, misteriosas y silentes.
Y yo en mi guarida, como una loba atrapada en el Edén, esperaba  el final sonoro. Las horas se detuvieron para poder gozar, para poder fundirme entre los aromas húmedos de las orquídeas, que parecían  de organdí.
A los helechos repletos de esporangios los cubrían los hilos de plata de las arañas moradoras, curiosas detrás de sus enormes ojos negros.

Luego arribó la calma. Se oía sólo el gotear acompasado del agua escurriéndose. Las mariposas con sus alas mojadas se desperezaban y trepaban a los lomos de los canarios amarillos como gualdas. Subían y subían juntos por el aire bendecido de la selva.

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