domingo, 17 de diciembre de 2017

                                               Verano
  La lengua de fuego avanza a pasos gigantescos. Quema todo lo que está en el camino. Cruel e impía pasa a mi lado y me rodea.
  La sed se instala en las gargantas de las aves y de todo ser vivo. El verdor de las hojas se desvanece y los  ápices comienzan a retorcerse  de dolor. El viento contagiado de la malicia del calor,  acompaña a esa enorme fusta  que sigue expandiéndose por la región.
Las sombras de los árboles se hacen cada vez más extensas como si las ramas quisieran  proyectarse en el suelo agostado.
Y el sudor. El sudor que empapa las pieles dibujando una perfecta hidrografía junto con la respiración entrecortada, pide una tregua para restablecer los pulsos cardiacos ahora lentos y la energía perdida por los músculos ya laxos.

Al fin cae la noche, con el agobio del eterno día, la lluvia se presenta desafiando la ardiente jornada. Moja a la tierra ávida de agua. Las gotas pesadas bañan el paisaje nocturno. Los cuerpos recuperan el vigor y como una enorme víbora de lumbre, el calor se declara por vencido.

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