Verano
La
lengua de fuego avanza a pasos gigantescos. Quema todo lo que está en el
camino. Cruel e impía pasa a mi lado y me rodea.
La sed se instala en las gargantas de las
aves y de todo ser vivo. El verdor de las hojas se desvanece y los ápices comienzan a retorcerse de dolor. El viento contagiado de la malicia
del calor, acompaña a esa enorme fusta que sigue expandiéndose por la región.
Las
sombras de los árboles se hacen cada vez más extensas como si las ramas quisieran
proyectarse en el suelo agostado.
Y
el sudor. El sudor que empapa las pieles dibujando una perfecta hidrografía
junto con la respiración entrecortada, pide una tregua para restablecer los pulsos
cardiacos ahora lentos y la energía perdida por los músculos ya laxos.
Al
fin cae la noche, con el agobio del eterno día, la lluvia se presenta
desafiando la ardiente jornada. Moja a la tierra ávida de agua. Las gotas
pesadas bañan el paisaje nocturno. Los cuerpos recuperan el vigor y como una
enorme víbora de lumbre, el calor se declara por vencido.
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