jueves, 9 de junio de 2016

                       Relato:                      Bendita lluvia
La última gota de la copiosa lluvia cayó  sobre el entrecejo de Luis. Desde allí se fue deslizando  lentamente por el canto de su nariz pequeña hasta llegar a sus labios sedientos. Con su lengua la saboreó.
Habían pasado ciento veintidós días que no llovía. La tierra colorada casi agonizaba cuando al fin recibió la bendición.
Los sonidos de la lluvia se fueron apagando y los  más pequeños, salieron de sus ranchos. Luis organizó el juego recurrente: tomados de las manos hicieron una ronda en medio del camino anegado y canturreaban:
“Que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, la vieja se levanta….”
Con los pies embarrados y colmados de dicha, fueron todos al jagüel. Allí ocurría el milagro tras la lluvia. Las caritas morenas de los pequeños se podían espejar al fin.  En el fondo, la corteza terrosa y todavía dura, contenía el agua incolora por algunas horas. Risas, muecas, juegos con los ojos y con las manos se iban dibujando en la superficie clara.
Poco a poco la magia se fue esfumando porque iban llegando los mayores portando sus bidones plásticos y manchados. Había que proveerse de agua para los días venideros. La escasez del líquido es un rasgo peculiar en la zona. Los nativos saben de la boca reseca y de los labios partidos. A pesar de ello,  sus esperanzas no se desvanecen.


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