Relato: Bendita lluvia
La
última gota de la copiosa lluvia cayó sobre el entrecejo de Luis. Desde allí se fue
deslizando lentamente por el canto de su
nariz pequeña hasta llegar a sus labios sedientos. Con su lengua la saboreó.
Habían
pasado ciento veintidós días que no llovía. La tierra colorada casi agonizaba
cuando al fin recibió la bendición.
Los
sonidos de la lluvia se fueron apagando y los más pequeños, salieron de sus ranchos. Luis
organizó el juego recurrente: tomados de las manos hicieron una ronda en medio
del camino anegado y canturreaban:
“Que llueva, que llueva, la vieja está
en la cueva, los pajaritos cantan, la vieja se levanta….”
Con
los pies embarrados y colmados de dicha, fueron todos al jagüel. Allí ocurría
el milagro tras la lluvia. Las caritas morenas de los pequeños se podían
espejar al fin. En el fondo, la corteza
terrosa y todavía dura, contenía el agua incolora por algunas horas. Risas,
muecas, juegos con los ojos y con las manos se iban dibujando en la superficie
clara.
Poco
a poco la magia se fue esfumando porque iban llegando los mayores portando sus
bidones plásticos y manchados. Había que proveerse de agua para los días
venideros. La escasez del líquido es un rasgo peculiar en la zona. Los nativos
saben de la boca reseca y de los labios partidos. A pesar de ello, sus esperanzas no se desvanecen.
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