viernes, 17 de junio de 2016

             Los vientos                                                 

Desde que Eolo entregó el odre a Ulises y éste con el afán de hallar oro en su interior lo abrió, los vientos se esparcieron por todo el mundo.
Los que pasaron cerca de Afrodita, despeinaron sorpresivamente a la diosa. Sus cabellos largos y rizados quedaron revueltos.  Otros fueron acariciando las delicadas pieles de las Ninfas. Hubo unos cuantos que ayudaron a Hermes a repartir poemas y cuentos entre los Dioses y los mortales. Muchos susurraron a las enigmáticas Musas…
Los vientos siempre existieron y fueron testigos de amores oficiales o clandestinos, de romances furtivos o manifiestos, de nacimientos deseados o de muertes inesperadas.
Han cruzado las fronteras conocidas y aún las que se siguen ignorando. Transportan las fragancias hacia distancias lejanas para depositarlas sobre las flores. Llevan colores y los desparraman en la Naturaleza. El viento es el mejor escultor de todos los  tiempos y el mayor modelador del paisaje.
Viajan con partículas de alegría, paz y tolerancia. A veces arrastran fragmentos oscuros, son los que llevan rencores, odios y amarguras.
Pero un día hubo un  viento  que fue el responsable del nacimiento del amor entre Eve y Nicolás. Ella había arrojado poemas en la calle. Poemas nacidos en las noches de engaños y desencuentros que ya no quería más guardarlos.

Aquellas hojas escritas a mano  se hamacaron primero con el viento y luego un gran remolino los arrastró hasta la entrada de la casa de un joven soñador.  Él tomó esos escritos, los leyó y a partir de entonces, comenzó la búsqueda de la autora de los versos.
                                                                              Gladys  Taboro

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