Los
vientos
Desde
que Eolo entregó el odre a Ulises y éste con el afán de hallar oro en su
interior lo abrió, los vientos se esparcieron por todo el mundo.
Los
que pasaron cerca de Afrodita, despeinaron sorpresivamente a la diosa. Sus
cabellos largos y rizados quedaron revueltos.
Otros fueron acariciando las delicadas pieles de las Ninfas. Hubo unos
cuantos que ayudaron a Hermes a repartir poemas y cuentos entre los Dioses y
los mortales. Muchos susurraron a las enigmáticas Musas…
Los
vientos siempre existieron y fueron testigos de amores oficiales o
clandestinos, de romances furtivos o manifiestos, de nacimientos deseados o de
muertes inesperadas.
Han
cruzado las fronteras conocidas y aún las que se siguen ignorando. Transportan
las fragancias hacia distancias lejanas para depositarlas sobre las flores.
Llevan colores y los desparraman en la Naturaleza. El viento es el mejor
escultor de todos los tiempos y el mayor
modelador del paisaje.
Viajan
con partículas de alegría, paz y tolerancia. A veces arrastran fragmentos
oscuros, son los que llevan rencores, odios y amarguras.
Pero
un día hubo un viento que fue el responsable del nacimiento del amor
entre Eve y Nicolás. Ella había arrojado poemas en la calle. Poemas nacidos en
las noches de engaños y desencuentros que ya no quería más guardarlos.
Aquellas
hojas escritas a mano se hamacaron
primero con el viento y luego un gran remolino los arrastró hasta la entrada de
la casa de un joven soñador. Él tomó
esos escritos, los leyó y a partir de entonces, comenzó la búsqueda de la
autora de los versos.
Gladys Taboro
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