El viaje
Como
cada noche a la misma hora, vuelvo a tirarme cara arriba sobre el césped
cubierto por el rocío fresco.
Miro
el infinito plagado de estrellas y entonces, cuando pasa arriba de mi cabeza,
me cuelgo. Sí, me cuelgo efusivamente. Nadie ve mi partida. Sólo yo me transporto. Y entro. Y me ubico
junto a una especie de ventanal. Y el
Universo se agranda ante mi mirada. Y la Tierra se hace pequeña, cada vez más.
Increíblemente todo lo que me rodea es luz. La noche quedó en el piso del
patio.
Me
rodea el color celeste sereno y no hay
sonido alguno. Miro hacia abajo y observo un efecto marbling. Quizá corresponda
al desierto Dasht-e Kavir. Más allá una
enorme boca vomitando humo y fuego. Vastas
extensiones verde botella aparecen atravesadas
por delgados hilos azules. Manchas colores ocre y siena se divisan en
medio del azul nebuloso. Miles y miles
de copos de algodón se desparraman ante mis
ojos. Ahora levito. Me siento un ave feliz. Doy volteretas entre
monitores y pantallas. Me río y no paro de reír. Siento cosquillas en todo
mi cuerpo.
De
repente y sin saber por qué, siento mi espalda mojada. Es el rocío de la noche
que va cubriendo el pasto. Las Tres Marías me guiñan y yo les sonrío.
Gladys
Taboro
No hay comentarios:
Publicar un comentario