martes, 7 de junio de 2016

El viaje

   Como cada noche a la misma hora, vuelvo a tirarme cara arriba sobre el césped cubierto por el  rocío fresco.
   Miro el infinito plagado de estrellas y entonces, cuando pasa arriba de mi cabeza, me cuelgo. Sí, me cuelgo efusivamente. Nadie ve mi partida.  Sólo yo me transporto. Y entro. Y me ubico junto a una especie de ventanal.  Y el Universo se agranda ante mi mirada. Y la Tierra se hace pequeña, cada vez más. Increíblemente todo lo que me rodea es luz. La noche quedó en el piso del patio.
   Me rodea el color celeste  sereno y no hay sonido alguno. Miro hacia abajo y observo un efecto marbling. Quizá corresponda al desierto Dasht-e Kavir.  Más allá una enorme boca vomitando humo y fuego.  Vastas extensiones verde botella aparecen atravesadas  por delgados hilos azules. Manchas colores ocre y siena se divisan en medio del azul nebuloso.  Miles y miles de copos de algodón se desparraman ante mis  ojos. Ahora levito. Me siento un ave feliz. Doy volteretas entre monitores y pantallas. Me río y no paro de reír. Siento cosquillas en todo mi  cuerpo.
   De repente y sin saber por qué, siento mi espalda mojada. Es el rocío de la noche que va cubriendo el pasto. Las Tres Marías me guiñan y yo les sonrío.

Gladys Taboro

No hay comentarios:

Publicar un comentario