Huellas en el camino
Cada
docente con vocación deja huellas.
Cuando
paso frente a la Escuela donde he dedicado parte de mi vida durante veintiún
años, no dejo de observar, aunque sea por unos segundos, al pino lambertiano
que fue plantado muy cerca del mástil el primer año de mi ingreso allí.
Se conmemoraba
el “Día del árbol” y después de un emotivo acto cavamos entre todos un hoyo para
introducir el pequeño pino que conservaba la maceta negra. Las manitos de los
alumnos hicieron lo demás…
Con
los alumnos que tuve a cargo posteriormente, plantamos la palmera Pindó que se aprecia
ahora, alta y vigorosa a la derecha de la entrada principal. También colocamos un limonero en el patio pequeño, donde después
comenzamos a preparar el compost formado a partir de los residuos orgánicos
vegetales, podas, césped, alternando con tierra negra traída por los chicos
desde su casa. Cada día nos acercábamos al lugar y observábamos el trabajo de
los insectos y lombrices, que, con sus humildes trabajos, abrían túneles para
airear el suelo que se iba enriqueciendo más y más ante el seguimiento de los pequeños
entusiasmados.
Inculcar
el amor y cuidado por la Naturaleza fue otra de las metas a considerar. La escuela
contaba con un hermoso jardín al que se debía mantener libre de insectos.
Por tal
motivo elaboramos insecticidas ecológicos a base de tabaco, alcohol, ajo…y
fumigamos a los pulgones que atacaban algunas plantas.
Tan
vívidos tengo esos actos conservados con alegría y satisfacción, ya que hay
huellas invisibles que quedan en el tiempo, pero también valoro aquellas que se
divisan, que se aprecian en su total dimensión…
G.T.
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