La vieja fotografía
La encontró en el fondo del último cajón de la vetusta cómoda de madera de roble. Estaba envuelta en una tela de hilo blanca con un pequeño bordado de rosas desteñidas por los años.
Miró la vieja fotografía. Unas flores mostraban su hermosura aunque el tiempo había intervenido inexorablemente: rastros de manchas de algún tintero...o por qué no, de un pintor que derramó sobre ella, por descuido, algunos pigmentos diluídos.
La cabeza de Alelí no dejaba de conjeturar. ¿Por qué quedó allí esa fotografía? ¿Por qué flores? Mientras las manos de la muchacha sostenían el hallazgo con firmeza sintió el impulso de ver qué había en el reverso. Unas letras escritas con tinta azul oscuro formaban un texto no muy extenso, al que leyó con avidez y curiosidad.
“Vida mía,
Te envío esta fotografía para que aprecies las flores de la planta que me regalaste el día de nuestro aniversario. Está cubierta de flores lilas y en cada una veo tus ojos. Te extraño, pero sé que al ver esta imagen que revelé en las últimas horas del viernes, te pondrás feliz…y me verás a mí también.
Te abrazo,
Lucía”
Alelí suspiró profundamente. Palpó el amor demostrado en esas palabras. Giró la fotografía para detenerse en la firma: Lucía Alvarado, la misma mujer que había sido la dueña de la casona de la pérgola colmada de flores lila-celeste-índigo y que Alelí acababa de comprar. Solamente Dios sabrá por qué el destinatario nunca recibió la fotografía de flores en sepia.
Texto y Fotografía: Gladys Taboro
La encontró en el fondo del último cajón de la vetusta cómoda de madera de roble. Estaba envuelta en una tela de hilo blanca con un pequeño bordado de rosas desteñidas por los años.
Miró la vieja fotografía. Unas flores mostraban su hermosura aunque el tiempo había intervenido inexorablemente: rastros de manchas de algún tintero...o por qué no, de un pintor que derramó sobre ella, por descuido, algunos pigmentos diluídos.
La cabeza de Alelí no dejaba de conjeturar. ¿Por qué quedó allí esa fotografía? ¿Por qué flores? Mientras las manos de la muchacha sostenían el hallazgo con firmeza sintió el impulso de ver qué había en el reverso. Unas letras escritas con tinta azul oscuro formaban un texto no muy extenso, al que leyó con avidez y curiosidad.
“Vida mía,
Te envío esta fotografía para que aprecies las flores de la planta que me regalaste el día de nuestro aniversario. Está cubierta de flores lilas y en cada una veo tus ojos. Te extraño, pero sé que al ver esta imagen que revelé en las últimas horas del viernes, te pondrás feliz…y me verás a mí también.
Te abrazo,
Lucía”
Alelí suspiró profundamente. Palpó el amor demostrado en esas palabras. Giró la fotografía para detenerse en la firma: Lucía Alvarado, la misma mujer que había sido la dueña de la casona de la pérgola colmada de flores lila-celeste-índigo y que Alelí acababa de comprar. Solamente Dios sabrá por qué el destinatario nunca recibió la fotografía de flores en sepia.
Texto y Fotografía: Gladys Taboro
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