viernes, 3 de marzo de 2017


 Relato:                                                 
                                                    Matías
Era la hora de la siesta y el calor sofocante  abrazaba con fuerza, casi hasta el ahogo.
La elevada temperatura  no impidió que Matías concretara una idea que le rondaba hacía algún tiempo:  entrar a la casa donde vivía doña Matilde para desatar la furia que le ardía como  el sol en su piel de niño.
Aguardó hasta comprobar que sus moradores se fueran a descansar,  para entrar por la parte trasera, donde un cerco de alambre romboidal fijaba el límite del patio con la casa de Matías.
Una vez que cruzó casi sin dificultad, se dirigió a la mesa de piedra hexagonal, donde reposaban  decenas de cactus pequeños, algunos florecidos, otros recién trasplantados. Con una madera que halló en un rincón, comenzó a tirarlos con todas sus fuerzas, observando cómo los cacharros de barro se iban partiendo en mil pedazos sobre el cemento. Después fue hasta el rincón cercado con piedras y ladrillos donde cuatro tortugas terrestres tomaban sol apaciblemente. Las fue tomando una a una para arrojarlas al enorme recipiente de lata oxidada repleto de agua de lluvia. Las pobres trataban de mantenerse a flote mediante un esfuerzo descomunal. Como su ira no tenía límites, Matías tomó las sábanas blancas tendidas a lo largo del extenso alambre y las ensució con el barro que provocó la lluvia de la noche anterior. Siguió mirando a su alrededor. Quedaban canteros de flores blancas y amarillas. Algunas lilas que recién abrían sus corolas. Las fue arrancando una a una quedando diseminadas por toda la superficie.
Cuando parecía que ya no había más desprecio por hacer, con un trozo de carbón escribió en la pared blanca, muy blanca:  “Todos somos iguales”. Luego, desapareció rápidamente del lugar.
Cuando la dueña de la casa se levantó, quedó espantada ante tamaño desastre…Lo primero que hizo fue salvar a las tortugas que estaban a punto de morir, luego levantó las sábanas, trató de recuperar algunos cactus y al levantar la cabeza leyó la sentencia.
No entendía nada. No comprendía quién podría hacerle hecho tanto daño…Se preguntó mil veces por qué…por qué a ella…
Y no tardó mucho en saber el motivo. Al acercarse su esposo, quien interpretó de inmediato las palabras escritas en color carbón,  le dijo  a Matilde:

_Te he escuchado muchas veces decir:  “Sos un negrito de mierda” cuando la pelota de Matías caía dentro nuestro patio.

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