Con sabor a tizas
Es increíble, pero aún percibo su olor. Aroma
a madera recién pintada de negro
pizarra. Su peso era demasiado grande para sostenerlo yo misma, con mis propias
manos, delgadita y menuda…una niña de sólo seis años.
Era el pizarrón, compañero inseparable y
necesario para las “prácticas” escolares en mi casa, sola o en compañía de los
chicos de mi barrio de aquel San Jorge, lugar donde nací.
Muchas veces, los restos de algún
“chanchito” de loza o de alguna muñeca de yeso que mis padres me compraban en
los parques de diversiones y que, de tanto usarlos se rompían, pasaban a ser
las “tizas” para escribir sobre ese querido pizarrón.
Los recuerdos me invaden claramente. A la
hora de la siesta, en verano, en intimidad conmigo misma, fluía el manantial de
los deseos de jugar a la maestra. Algunas veces, con alumnos reales. Otras, con
imaginarios, sentados allí frente a mí, mientras les daba vida. Les daba
“clase” como lo hacía tan bien, la Srta.
Isabel , mi maestra de primer grado inicial.
Después vino el escritorio que aún conservo.
De madera, con cajones laterales. Fue cómplice de momentos mágicos en los que
yo, como maestra, enseñaba a mis queridos niños.
Aromas a tizas blancas y de colores, a lápices de escribir, los de grafito negro Faber Nº 2, con sus puntas afiladas, papeles, muchos, blancos, con y sin rayas, carpetas
viejas, revistas Billiken…libros de tapas duras, diccionarios que compraba papá
para estimular el conocimiento y la lectura de sus tres hijas, danzan aún hoy en mi memoria como dulces
recuerdos.
Texto extraído del libro: "32 años". En el mismo relato algunas de mis experiencias docentes.
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