jueves, 30 de marzo de 2017


       
                                         Con sabor a tizas

Es increíble, pero aún percibo su olor. Aroma  a madera recién pintada de negro pizarra. Su peso era demasiado grande para sostenerlo yo misma, con mis propias manos, delgadita y menuda…una niña de sólo seis años.
Era el pizarrón, compañero inseparable y necesario para las “prácticas” escolares en mi casa, sola o en compañía de los chicos de mi barrio de aquel  San Jorge, lugar donde nací.
Muchas veces, los restos de algún “chanchito” de loza o de alguna muñeca de yeso que mis padres me compraban en los parques de diversiones y que, de tanto usarlos se rompían, pasaban a ser las “tizas” para escribir sobre ese querido pizarrón.
Los recuerdos me invaden claramente. A la hora de la siesta, en verano, en intimidad conmigo misma, fluía el manantial de los deseos de jugar a la maestra.  Algunas veces, con alumnos reales. Otras, con imaginarios, sentados allí frente a mí, mientras les daba vida. Les daba “clase” como lo hacía tan bien, la Srta. Isabel, mi maestra de primer grado inicial.
Después vino el escritorio que aún conservo. De madera, con cajones laterales. Fue cómplice de momentos mágicos en los que yo, como maestra, enseñaba a mis queridos niños.
Aromas a tizas blancas y de colores, a lápices de escribir, los  de grafito negro Faber Nº 2, con sus puntas afiladas, papeles, muchos, blancos, con y sin rayas, carpetas viejas, revistas Billiken…libros de tapas duras, diccionarios que compraba papá para  estimular el conocimiento y la lectura de sus tres hijas, danzan aún hoy en mi memoria como dulces recuerdos.

 Texto extraído del libro: "32 años". En el mismo relato algunas de mis experiencias docentes.



No hay comentarios:

Publicar un comentario