viernes, 3 de marzo de 2017

    Relato ficcional

                             Amores virtuales


Cuando estudiaba periodismo en La Plata, a unos meses de presentar un seminario basado en una investigación sobre el amor matrimonial, tuve la osadía de meterme en un bar desde temprano para entrevistar a algún hombre adulto que estuviera solo en ese momento.
 Elegí una mesa donde tomar un café. La casualidad me sorprendió al ver a un señor solo, con un periódico en las manos, sentado justo a mi derecha. Su mirada se apartó de la lectura y fijó sus ojos en mí. Le sonreí. Al ver que me respondió con el mismo gesto, aproveché a presentarme y a la vez preguntarle si podía hacerle una entrevista. Gustosamente me invitó a sentarme a su lado y así empezamos a dialogar.
Me dijo que tenía 65 años y llevaba 40 años de casado. Reímos juntos porque en estos tiempos del “Touch and go” las parejas, muy alejadas del entendimiento y de la comprensión, ni llegan a cumplir dos o tres años de matrimonio…
Interrogándole me contó que tenía tres hijas y dos nietos que son los motivos para celebrar la vida. Prosiguió explicando sobre sus actividades diarias y la manía de su esposa por revisarle su celular o llamarlo en cualquier momento para solicitarle que haga una compra o un trámite en la calle. Su tono de voz había cambiado, no parecía enojado, más bien resignado. Varias veces su mujer había sufrido episodios neuróticos, motivos por los cuales seguía a su lado. Pero me aclaró que seguía amándola, aunque no de la misma manera cuando en el 1975 juró amarla hasta la muerte. Su amor se había convertido en un compromiso de amistad, de compañerismo…
Sus experiencias me calaron hondo, atentamente lo escuchaba y tomaba nota.
Luego el hombre quedó en silencio. Como enfrentando un pensamiento que sobrevino en medio de la charla. Le pregunté qué le ocurría. Me sonrió levemente y murmuró:
– A vos nena, te lo voy a contar…
– Cuente no más, lo escucho…_contesté entusiasmada.
– Con esto de las redes sociales me enredé en ellas. Al principio me costaba un poco, pero luego le tomé la mano…Un día escribí el nombre de una chica a la que no veía desde antes de casarme. Y pude encontrarla. Claro que investigando estaba casada y con hijos. Igual me motivó para acercarme a ella.
– ¿En forma directa o por chat?_ pregunté.
Él sonrió y movió la cabeza para decirme:
– No podría hacerlo en forma directa, porque ella vive a mil kilómetros de distancia…Sería difícil. No sabés cómo me daba vueltas la cabeza ni bien me levantaba…Pensando en ella y esperando la hora para comunicarme. 
– Pero Ud. tiene esposa…¿No cree que es un engaño? Ud. está deseando a esa mujer y es una trampa en el matrimonio…_le dije concretamente y sin tapujos.
El hombre me miró con sus ojos  empañados. Quedó en silencio un rato. Y continuó:
– Intenté muchas veces sacármela de encima pero no puedo…Es más fuerte que yo. Recuerdo sus abrazos y sus besos. Fue mi primer amor. O metejón, quizá. Éramos tan jóvenes…Y ahora me convertí en su amante por chat y te aseguro que me sobresalto cuando recibo un aviso de correo. Entonces mi imaginación es inagotable y la pasión es tan fuerte como en la realidad… 
_ ¿Hace mucho tiempo de esta experiencia?_ pregunté.
– Casi un año. Una noche de lluvia me levanté de mi cama porque no podía dormir. Me conecté y ví que estaba ella…Tomé coraje y le dije que sentía algo muy adentro mío. Lo expresé sin pausa alguna, tenía que hacerlo porque mi cerebro estaba encendido como brasas. Ella tardó en contestarme. Luego me dijo que le pasaba lo mismo, pero se apartaba de la idea…Que era imposible la relación. Que ambos tenían compromisos y nunca en la vida habían engañado a sus esposos.
– Claro, el sentimiento de culpa se habrá apoderado de Uds. dos_ pensé en voz alta.
El café se estaba enfriando…Casi había comprendido la aflicción del hombre y me había puesto en la piel de la esposa y en la de la otra mujer, la distante.
No supe qué decir. Le pregunté qué pensaba hacer de su vida. Después de unos segundos respondió:
– No sé. A mi esposa y madre de mis hijos la respeto, de ella no me apartaría jamás. Pero está la otra en mi cabeza. Me arrepiento del día que la busqué. Pero a la vez, siento como una llama en mi ser, bien prendida. Y te confieso que a veces funciona para encender, aunque sea un poco, la pasión que con los años se va perdiendo en el matrimonio.
Tragué saliva. No supe qué contestar. Lo miré fijamente. Lo entendí. Entendí su malestar, su zozobra.
Agradecí su amabilidad y salí a la calle. Tenía material para mi trabajo. Había logrado recabar sentimientos encontrados, proyecciones de sueños, experiencias de una relación con un alto grado de intimidad más allá de la distancia. Y me quedé pensando: ¿Será duradera esta relación?


                                          Gladys Taboro


                                                       Foto extraída de la web

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