Relato
ficcional
Amores virtuales
Cuando estudiaba
periodismo en La Plata, a unos meses de presentar un seminario basado en una
investigación sobre el amor matrimonial, tuve la osadía de meterme en un bar
desde temprano para entrevistar a algún hombre adulto que estuviera solo en ese
momento.
Elegí una
mesa donde tomar un café. La casualidad me sorprendió al ver a un señor solo,
con un periódico en las manos, sentado justo a mi derecha. Su mirada se apartó
de la lectura y fijó sus ojos en mí. Le sonreí. Al ver que me respondió con el
mismo gesto, aproveché a presentarme y a la vez preguntarle si podía hacerle
una entrevista. Gustosamente me invitó a sentarme a su lado y así empezamos a
dialogar.
Me dijo que tenía
65 años y llevaba 40 años de casado. Reímos juntos porque en estos tiempos del
“Touch and go” las parejas, muy alejadas del entendimiento y de la comprensión,
ni llegan a cumplir dos o tres años de matrimonio…
Interrogándole me
contó que tenía tres hijas y dos nietos que son los motivos para celebrar la
vida. Prosiguió explicando sobre sus actividades diarias y la manía de su
esposa por revisarle su celular o llamarlo en cualquier momento para
solicitarle que haga una compra o un trámite en la calle. Su tono de voz había
cambiado, no parecía enojado, más bien resignado. Varias veces su mujer había
sufrido episodios neuróticos, motivos por los cuales seguía a su lado. Pero me
aclaró que seguía amándola, aunque no de la misma manera cuando en el 1975 juró
amarla hasta la muerte. Su amor se había convertido en un compromiso de
amistad, de compañerismo…
Sus experiencias me
calaron hondo, atentamente lo escuchaba y tomaba nota.
Luego el hombre
quedó en silencio. Como enfrentando un pensamiento que sobrevino en medio de la
charla. Le pregunté qué
le ocurría. Me sonrió levemente y murmuró:
– A vos nena, te lo
voy a contar…
– Cuente no más, lo
escucho…_contesté entusiasmada.
– Con esto de las
redes sociales me enredé en ellas. Al principio me costaba un poco, pero luego
le tomé la mano…Un día escribí el nombre de una chica a la que no veía desde
antes de casarme. Y pude encontrarla. Claro que investigando estaba casada y
con hijos. Igual me motivó para acercarme a ella.
– ¿En forma directa
o por chat?_ pregunté.
Él sonrió y movió
la cabeza para decirme:
– No podría hacerlo
en forma directa, porque ella vive a mil kilómetros de distancia…Sería difícil.
No sabés cómo me daba vueltas la cabeza ni bien me levantaba…Pensando en ella y
esperando la hora para comunicarme.
– Pero Ud. tiene
esposa…¿No cree que es un engaño? Ud. está deseando a esa mujer y es una trampa
en el matrimonio…_le dije concretamente y sin tapujos.
El hombre me miró
con sus ojos empañados. Quedó en silencio un rato. Y continuó:
– Intenté muchas
veces sacármela de encima pero no puedo…Es más fuerte que yo. Recuerdo sus
abrazos y sus besos. Fue mi primer amor. O metejón, quizá. Éramos tan jóvenes…Y
ahora me convertí en su amante por chat y te aseguro que me sobresalto cuando
recibo un aviso de correo. Entonces mi imaginación es inagotable y la pasión es
tan fuerte como en la realidad…
_ ¿Hace mucho
tiempo de esta experiencia?_ pregunté.
– Casi un año. Una
noche de lluvia me levanté de mi cama porque no podía dormir. Me conecté y ví
que estaba ella…Tomé coraje y le dije que sentía algo muy adentro mío. Lo
expresé sin pausa alguna, tenía que hacerlo porque mi cerebro estaba encendido
como brasas. Ella tardó en contestarme. Luego me dijo que le pasaba lo mismo,
pero se apartaba de la idea…Que era imposible la relación. Que ambos tenían
compromisos y nunca en la vida habían engañado a sus esposos.
– Claro, el
sentimiento de culpa se habrá apoderado de Uds. dos_ pensé en voz alta.
El café se estaba
enfriando…Casi había comprendido la aflicción del hombre y me había puesto en
la piel de la esposa y en la de la otra mujer, la distante.
No supe qué decir.
Le pregunté qué pensaba hacer de su vida. Después de unos segundos respondió:
– No sé. A mi
esposa y madre de mis hijos la respeto, de ella no me apartaría jamás. Pero
está la otra en mi cabeza. Me arrepiento del día que la busqué. Pero a la vez,
siento como una llama en mi ser, bien prendida. Y te confieso que a veces
funciona para encender, aunque sea un poco, la pasión que con los años se va
perdiendo en el matrimonio.
Tragué saliva. No
supe qué contestar. Lo miré fijamente. Lo entendí. Entendí su malestar, su
zozobra.
Agradecí su
amabilidad y salí a la calle. Tenía material para mi trabajo. Había logrado
recabar sentimientos encontrados, proyecciones de sueños, experiencias de una
relación con un alto grado de intimidad más allá de la distancia. Y me quedé
pensando: ¿Será duradera esta relación?
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