Diario
de viaje
NAVEGACIÓN
POR LA RÍA DE PUERTO DESEADO
(Segunda y última parte)
Todo
está en equilibrio. Todo es armonía. Se
detiene el motor de la lancha para atraer a las toninas overas y a los
delfines. Y llegan, nadando ágilmente y dando saltos acrobáticos. Se me eriza la piel, será porque había
esperado este momento con ansiedad. Filmo
y tomo fotografías para congelar el instante anhelado. Pasan por debajo
de la lancha amigablemente y las seguimos con la mirada; el silencio es
cómplice para perdurar la escena. Reanudamos nuestra
marcha para permitirles a estos cetáceos continuar viviendo en absoluta
libertad.
En
breve nos acercamos a la isla de los Pájaros, a unos 5 km. del puerto donde
zarpamos. Sus playas son de cantos
rodados y se ven arbustos donde nidifican las aves. Cientos de pájaros revolotean sin cesar y emiten sonidos que invaden el cielo de la
ría. El conductor deja inmovilizada la embarcación para no molestar a centenares de pingüinos de
Magallanes, cada uno con sus parejas, custodiando a sus pichones que se diseminan por todo el
terreno. Me enternece verlos, me gustaría tanto tocarlos, pero sé que no debo
hacerlo. Han nacido en noviembre y ahora, algo dubitativos se preparan para
tener su primer contacto con el agua y lograr el desapego familiar. Muchos ingresan por primera vez al agua:
abandonan a sus padres para hacerse independientes de ahora en más. Es la
primera vez que los tengo cerca, caminando graciosamente vestidos con su
plumaje blanco y negro brillante. Nadan despreocupados y se zambullen en busca
de sustentos. Me siento en el edén en
medio del vuelo de infinidades de aves que emiten sonidos como cantos de
alabanza. Quisiera atesorar este
instante de absoluta concordancia entre estas especies únicas, que por fortuna
están al resguardo de la extinción.
Proseguimos
el viaje para dirigirnos hacia una gran isla conformada por la roca Lobo, llamada
así por tener el perfil de un lobo marino. Una colonia de estos animales está
sobre la piedra para tomar baños de sol. Se divisan claramente los
harenes. Los machos son de color
café-chocolate y las hembras de color oro.
. Algunas se zambullen desde el
acantilado y ciertos machos emiten una
especie de ladrido marcando su territorio.
Veo lobitos que se trepan usando sus aletas por la roca, mientras otros se quedan mirando la
embarcación. Hay decenas de ellos nadando en procura de alimentos. La
tranquilidad del lugar les asegura un bienestar magnífico para su permanencia allí por tiempo
indefinido.
Ya de
regreso, mantengo mi mirada fija por encima de la estela espumosa que va
dibujando la lancha sobre el agua verde esmeralda. Una sensación de bienestar
me embriaga, hasta que mi cámara, con la señal en “on” me moviliza a mirar
hacia mi derecha: hay gaviotas cocineras
y grises pero lo que más me llama la atención es una paloma blanca, grande y de
porte elegante. Nuestra bióloga nos comenta que se trata de una paloma ártica.
Pareciera descansar del largo viaje que realizó desde la Antártida, sin escala alguna. Eso también me conmueve
profundamente…
Continuamos
navegando mientras la marea sube y sube. Todos estamos atentos a la posibilidad
de avistar nuevamente a delfines saltarines y toninas overas nadando
mansamente. Quizá veamos más albatros y
petreles surcando el infinito de esta tarde que fenece con sus matices
dorados.
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