miércoles, 30 de marzo de 2016

Diario de viaje

NAVEGACIÓN POR LA RÍA DE PUERTO DESEADO

 (Segunda y última parte)

Todo está en equilibrio. Todo  es armonía. Se detiene el motor de la lancha para atraer a las toninas overas y a los delfines. Y llegan, nadando ágilmente y dando saltos acrobáticos.  Se me eriza la piel, será porque había esperado este momento con ansiedad. Filmo  y tomo fotografías para congelar el instante anhelado. Pasan por debajo de la lancha amigablemente y las seguimos con la mirada; el silencio es cómplice para perdurar la escena. Reanudamos  nuestra  marcha para permitirles a estos cetáceos continuar viviendo en absoluta libertad.
En breve nos acercamos a la isla de los Pájaros, a unos 5 km. del puerto donde zarpamos.  Sus playas son de cantos rodados y se ven arbustos donde nidifican las aves.  Cientos de pájaros revolotean sin cesar  y emiten sonidos que invaden el cielo de la ría. El conductor deja inmovilizada la embarcación  para no molestar a centenares de pingüinos de Magallanes, cada uno con sus parejas, custodiando a sus  pichones que se diseminan por todo el terreno. Me enternece verlos, me gustaría tanto tocarlos, pero sé que no debo hacerlo. Han nacido  en noviembre y  ahora, algo dubitativos se preparan para tener su primer contacto con el agua y lograr el desapego familiar.  Muchos ingresan por primera vez al agua: abandonan a sus padres para hacerse independientes de ahora en más. Es la primera vez que los tengo cerca, caminando graciosamente vestidos con su plumaje blanco y negro brillante. Nadan despreocupados y se zambullen en busca de sustentos.   Me siento en el edén en medio del vuelo de infinidades de aves que emiten sonidos como cantos de alabanza.  Quisiera atesorar este instante de absoluta concordancia entre estas especies únicas, que por fortuna están al resguardo de la extinción.
Proseguimos el viaje para dirigirnos hacia una gran isla conformada por la roca Lobo, llamada así por tener el perfil de un lobo marino. Una colonia de estos animales está sobre la piedra para tomar baños de sol. Se divisan claramente los harenes.  Los machos son de color café-chocolate y las hembras de color oro.  . Algunas  se zambullen desde el acantilado y ciertos  machos emiten una especie de ladrido marcando su territorio.   Veo lobitos que se trepan usando sus aletas por la roca,  mientras otros se quedan mirando la embarcación. Hay decenas de ellos nadando en procura de alimentos. La tranquilidad del lugar les asegura un bienestar magnífico  para su permanencia allí por tiempo indefinido.
Ya de regreso, mantengo mi mirada fija por encima de la estela espumosa que va dibujando la lancha sobre el agua verde esmeralda. Una sensación de bienestar me embriaga, hasta que mi cámara, con la señal en “on” me moviliza a mirar hacia mi derecha: hay  gaviotas cocineras y grises pero lo que más me llama la atención es una paloma blanca, grande y de porte elegante. Nuestra bióloga nos comenta que se trata de una paloma ártica. Pareciera descansar del largo viaje que realizó desde la Antártida,  sin escala alguna. Eso también me conmueve profundamente…
Continuamos navegando mientras la marea sube y sube. Todos estamos atentos a la posibilidad de avistar nuevamente a delfines saltarines y toninas overas nadando mansamente.  Quizá veamos más albatros y petreles surcando el infinito de esta tarde que fenece con sus matices dorados.     
                                                              



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