domingo, 18 de marzo de 2018


                                La sequía
El escenario de la sequía se profundiza día a día.
Y la esperanza de una buena lluvia se acrecienta con el paso de las nubes grises. Éstas, socarronamente se aproximan y siguen navegando por el cielo. A veces descargan sólo unas gotas que son devoradas al caer sobre el suelo sediento.
La tierra reseca muerde su amargura y resignada vuelve a esperar otra vez la lluvia  fresca que signifique la salvación de los cultivos alicaídos…
Las aves abren sus picos sedientos. Les arden sus gargantas…


miércoles, 14 de marzo de 2018

La vieja fotografía

La encontró en el fondo del último cajón de la vetusta cómoda de madera de roble. Estaba envuelta en una tela de hilo blanca con un pequeño bordado de rosas desteñidas por los años.
Miró la vieja fotografía. Unas flores mostraban su hermosura aunque el tiempo había intervenido inexorablemente: rastros de manchas de algún tintero...o por qué no, de un pintor que derramó sobre ella, por descuido, algunos pigmentos diluídos.
La cabeza de Alelí no dejaba de conjeturar. ¿Por qué quedó allí esa fotografía? ¿Por qué flores? Mientras las manos de la muchacha sostenían el hallazgo con firmeza sintió el impulso de ver qué había en el reverso. Unas letras escritas con tinta azul oscuro formaban un texto no muy extenso, al que leyó con avidez y curiosidad.

“Vida mía,
Te envío esta fotografía para que aprecies las flores de la planta que me regalaste el día de nuestro aniversario. Está cubierta de flores lilas y en cada una veo tus ojos. Te extraño, pero sé que al ver esta imagen que revelé en las últimas horas del viernes, te pondrás feliz…y me verás a mí también.
Te abrazo,
Lucía”


Alelí suspiró profundamente. Palpó el amor demostrado en esas palabras. Giró la fotografía para detenerse en la firma: Lucía Alvarado, la misma mujer que había sido la dueña de la casona de la pérgola colmada de flores lila-celeste-índigo y que Alelí acababa de comprar. Solamente Dios sabrá por qué el destinatario nunca recibió la fotografía de flores en sepia.

Texto y Fotografía: Gladys Taboro


miércoles, 14 de febrero de 2018


                                      La semilla
No despierta del sueño. Sin embargo está despabilada, con los ojos abiertos, con su mente despejada, con todos los sentidos latiendo.
Aún así, no puede quitarse el sueño envolvente.  Ríe. Llora. Suspira. Congela los pensamientos. Vuelve a llorar y a reír. Camina por la casa y saca cuentas. Días. Semanas. Meses. Será en octubre. Vuelve hacia atrás y revisa los días transcurridos. Se adelanta y sigue avanzando hasta llegar nuevamente a octubre. Primavera. Temperatura óptima. Vuelven las golondrinas. Se abren las flores. La lluvia bendice los campos y las ciudades.
Trata de despertar del sueño. Vuelve a reír y a llorar de alegría. Es paradógico.  Cómo reír y llorar al mismo tiempo. Mira el reloj. Le parece que se detuvo para congelar el momento tan esperado. Siente los latidos que retumban en el pecho. Cierra los ojos. Visualiza una semilla.  Una semilla pequeñita ha germinado en tierra fértil y abonada con amor. Mucho amor. Y no es casual que hoy se conmemore el día de los enamorados.
G.T.


viernes, 9 de febrero de 2018


                                  La mujer del velo en el rostro

Al final de la calle de los cipreses, está la casa más antigua del lugar.
El rechinar de una puerta, finamente labrada, la delata. Ella, la mujer del velo en el rostro, sale apresurada.
No siente la gélida noche. Camina con pasos etéreos, sin ruidos y con su  vista fija hacia adelante.
Pisa sobre un mundo que no conoce, sin embargo  porta una sonrisa leve y congelada debajo de su velo traslúcido. Tiene un deseo: encontrarlo. Hallar a su hacedor, a su gran amor, a su Antonio. Lo extraña como sólo dos amantes lo sienten. Recuerda los días y las horas que se desgranaron entre sus manos…manos de artista que modelaban con pasión.
Su piel marmolada se torna púrpura decolorado y sus venas azulinas parecen contraerse cuando tirita. Sola y cansada prosigue la búsqueda y pasa por un lugar sombrío y glacial. Entra y nadie respira allí. Todos duermen un sueño profundo. Muy profundo. Se detiene ante una lápida blanca como ella misma y entre unas flores secas se puede observar algo escrito. Lee ávidamente:   “Antonio Corradini, 1688-1752. Tus amigos escultores te recordarán por siempre”.
La mujer del velo en su rostro empieza a llorar. Mucho tiempo había pasado desde que él depositara por última vez sus manos habilidosas sobre ella, cuando a golpes suaves de cincel fue haciendo que el velo de mármol semejara una fina seda.  Entonces comprende el porqué de su ausencia. Y sigue con un llanto descontrolado y apretando en su garganta el dolor de haberlo perdido.
Resignada vuelve al refugio que huele aún a mármol, arcilla, madera, piedra, bronce, yeso…Se sube al pedestal marmolado. Y allí, triste y solitaria, inmortaliza  su rostro y su cuerpo protegidos por el débil velo. La expresividad y el misterio son fascinantes para los amantes del arte que la visitan extasiados por la sensualidad lograda por Antonio. Aquel Antonio que la hacía vibrar con maestría.
                                Gladys Taboro



lunes, 29 de enero de 2018

Recuerdos

                                              Huellas en el camino

    Cada docente con vocación deja huellas.
   Cuando paso frente a la Escuela donde he dedicado parte de mi vida durante veintiún años, no dejo de observar, aunque sea por unos segundos, al pino lambertiano que fue plantado muy cerca del mástil el primer año de mi ingreso allí.
    Se conmemoraba el “Día del árbol” y después de un emotivo acto cavamos entre todos un hoyo para introducir el pequeño pino que conservaba la maceta negra. Las manitos de los alumnos hicieron lo demás…
    Con los alumnos que tuve a cargo posteriormente,  plantamos la palmera Pindó que se aprecia ahora, alta y vigorosa a la derecha de la entrada principal. También colocamos  un limonero en el patio pequeño, donde después comenzamos a preparar el compost formado a partir de los residuos orgánicos vegetales, podas, césped, alternando con tierra negra traída por los chicos desde su casa. Cada día nos acercábamos al lugar y observábamos el trabajo de los insectos y lombrices, que, con sus humildes trabajos, abrían túneles para airear el suelo que se iba enriqueciendo más y más ante el seguimiento de los pequeños entusiasmados.
    Inculcar el amor y cuidado por la Naturaleza fue otra de las metas a considerar. La escuela contaba con un hermoso jardín al que se debía mantener libre de insectos.
    Por tal motivo elaboramos insecticidas ecológicos a base de tabaco, alcohol, ajo…y fumigamos a los pulgones que atacaban algunas plantas.
    Tan vívidos tengo esos actos conservados con alegría y satisfacción, ya que hay huellas invisibles que quedan en el tiempo, pero también valoro aquellas que se divisan, que se aprecian en su total dimensión…

 G.T.