miércoles, 23 de diciembre de 2015

                                             SIN SALIDA
Abro un ojo y lentamente el otro. Nace un nuevo día. Otro día sin un dejo de  proyectos. Mi tiempo y mi vida es ahora. Ni siquiera hoy. Ahora.
Anoche me acosté  cuando los últimos bombardeos  estaban finalizando.  Y fueron  tan estruendosos que mi hermana comenzó a gritar desesperada y a llorar sin parar. Abrazadas tratamos de conciliar el sueño, tan difícil de lograr. Con mis ojos entreabiertos orientados  hacia el  ventiluz,  seguía  viendo cómo se mezclaban los colores naranjas y blancos de los explosivos en el cielo azabache.
Me levanto y sigilosamente me acerco al ventanal para observar  el mismo infierno aterrador. Derrumbes, vestigios de humo detrás de algunos edificios, automóviles cruzando la esquina a toda velocidad,  personas corriendo sin rumbo, sin esperanzas. No vislumbro visos de solución a este conflicto satánico. El terror, siempre el terror. Busco mi teléfono móvil y me sumerjo en la red  porque me hierve la sangre y una fuerza poderosa sale de ella y dirige mis manos para escribir. Confesar que anoche creí que iba a morir. Como la noche anterior y así como tantas vividas en estos tiempos. No tengo escapatoria, de esta estrecha banda de tierra no se puede huir. Estoy acorralada en mi casa. Como Ana en su sótano. Sin consuelo y sin expectación alguna.  Por eso necesito escribir lo que siento, escribir para llevar mis letras hacia todos los confines del  Universo, escribir de rabia y de pena en tiempo real. Que mis palabras sean palomas blancas surcando el éter suplicando paz.


martes, 1 de diciembre de 2015

                                   Testigo de una tragedia
Iba a seguir hablando pero al verla tan delgada y demacrada a esa extraña mujer caminando por la costa, preferí apartarme del grupo de turistas para seguir sus pasos.
Intuía que algo espeluznante iba a suceder. Rara vez mis premoniciones se malogran.  Ella continuaba caminando temblorosa, dubitativa y oscura.  Se descalzó apoyándose en una de las rocas cercanas al muelle. Dejó sus sandalias negras en la arena y siguió andando. Hice todo lo posible para que  no advirtiera mi presencia. De vez en cuando me ocultaba entre algunos pescadores que empezaban a llegar con sus redes.
La mujer apresuró su caminar meciendo el cuerpo con nerviosismo. El sol se hundía en las aguas oscuras y el frío avanzaba. La figura escuálida, casi fantasmal, se introducía en el mar. Yo estaba a cien metros de su persona y la vi desaparecer fugazmente entre las espumas de las olas saladas. Corrí con todas mis fuerzas y grité, grité tanto hasta quedar sin voz. Nadie me escuchaba, mis gritos quedaban suspendidos en el aire de gaviotas. Y después la nada. Su cuerpo fue tragado entre espantos. Me arrodillé en las arenas húmedas y empecé a llorar de rabia y de dolor. No pude salvarla. No pude. El viento marino me acercó un papel escrito con tinta roja. Un poco mojado, algo averiado. Lo tomé y leí ávidamente:

“Quisiera esta tarde divina de octubre
 pasear por la orilla lejana del mar;
que la arena de oro, y las aguas verdes,
y los cielos puros me vieran pasar”.
                         

sábado, 28 de noviembre de 2015

                                                    Novias de las montañas 

   En ocasiones se ha hablado de las “Novias del mar”, aquellas muchachas que surgen de las aguas marinas para darles amor a los arriesgados pescadores en noches borrascosas.
   Pero también están las otras, las mujeres que sin ser deidades ni ángeles, acompañan en silencio la labor de los hombres que con sus tráfagos incesantes agujerean el mineral de las entrañas de la tierra.
   Muchos siguen preguntándose cómo hacen esas doncellas para atravesar la resistente roca.        Aseguran que es un misterio. Las personas más perceptivas, las ven surcando el firmamento hasta llegar a las moles rocosas. Allí sus figuras casi transparentes se hunden buscando las inmensas galerías abovedadas, cruzándose en todas direcciones. Las pálidas luces de algunos candiles colgados les dan la bienvenida y les permiten verlos, sumidos en sus trabajos profundos y sacrificados.
   Los mineros apenas las ven. Son demasiado etéreas. Perciben con agrado sus presencias y ellas los rodean para revelarles su amor. Los trabajadores reciben agradecidos ese afecto sutil y sagrado. Entonces se sienten bien. No experimentan cansancio. La oscuridad se minimiza y se les dibuja una sonrisa esperanzadora. Luego las jóvenes se despiden y parten hacia otros lugares recónditos.
   Los hombres han probado el amor una vez más y aguardan la próxima llegada de sus amadas para vibrar nuevamente entre sus encantos.
   “Las novias de la montaña” cumplen así su labor enigmática y sanadora.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Los vientos                                                 

Desde que Eolo entregó el odre a Ulises y éste con el afán de hallar oro en su interior lo abrió, los vientos se esparcieron por todo el mundo.
Los que pasaron cerca de Afrodita, despeinaron sorpresivamente a la diosa. Sus cabellos largos y rizados quedaron revueltos.  Otros iban acariciando las delicadas pieles de las Ninfas. Hubo unos cuantos que ayudaron a Hermes a repartir poemas y cuentos entre los Dioses y los mortales. Muchos susurraron a las enigmáticas Musas…
Los vientos siempre existieron y fueron testigos de amores oficiales o clandestinos, de romances furtivos o manifiestos, de nacimientos deseados o de muertes inesperadas.
Han cruzado las fronteras conocidas y aún las que se siguen ignorando. Transportan las fragancias hacia distancias lejanas para depositarlas sobre las flores. Llevan colores y los desparraman en la Naturaleza. El viento es el mejor escultor de todos los  tiempos y el mayor modelador del paisaje.
Viajan con partículas de alegría, paz y tolerancia. A veces arrastran fragmentos oscuros, son los que llevan rencores, odios y amarguras.
Pero un día hubo un  viento  que fue el responsable del nacimiento del amor entre Eve y Nicolás. Ella había arrojado poemas en la calle. Poemas nacidos en las noches de engaños y desencuentros que ya no quería más guardarlos.
Aquellas hojas escritas a mano  se hamacaron primero con el viento y luego un gran remolino los arrastró hasta la entrada de la casa de un joven soñador.  Él tomó esos escritos, los leyó y a partir de entonces, comenzó la búsqueda de la autora de los versos.



                                                La lluvia
La lluvia se había desatado sin aviso y su agua de cristal se escurría entre las hojas. Algunas eran rizadas, otras llanas  y varias enamoradas. Las gotas claras como el aire rodaban por los líquenes ladrones hasta llegar hasta los musgos como perlas. Deseaban acariciarlos.
Algunos monos se guarecían entre las bromelias rosadas y fucsias, misteriosas y silentes.
Y yo en mi guarida, como una loba atrapada en el Edén, esperaba  el final sonoro. Las horas se detuvieron para poder gozar, para poder fundirme entre los aromas húmedos de las orquídeas, que parecían  de organdí.
A los helechos repletos de esporangios los cubrían los hilos de plata de las arañas moradoras, curiosas detrás de sus enormes ojos negros.

Luego arribó la calma. Se oía sólo el gotear acompasado del agua escurriéndose. Las mariposas con sus alas mojadas se desperezaban y trepaban a los lomos de los canarios amarillos como gualdas. Subían y subían juntos por el aire bendecido de la selva.

martes, 13 de octubre de 2015


                                        La revelación


La llama del fósforo vaciló entre los dedos de Lucía y se apagó a causa de la brisa suave que se escurría entre las cortinas de voile. Ahora,  totalmente a oscuras, tanteó el rostro de su amado, que dormía plácidamente y rozó sus labios húmedos en la curva de los hombros. En las sombras nocturnas, tan azabache como sus ojos, se fue desnudando lentamente.  El respirar de su pareja era una suave música que endulzaba sus oídos.
 Un año atrás se habían conocido buceando en los mares caribeños. Él había admirado su cuerpo de sirena y sus movimientos ondulantes en las aguas turquesas. Después vino el descubrimiento interno, el ahogo de los besos, el fuego de los abrazos, el despertar  junto con las  auroras.  Lucía lo amaba de verdad. Y ahí, tendida a su lado, aguardaba la mínima señal de su despertar para al fin, susurrarle al oído, que serían tres.



lunes, 12 de octubre de 2015

                                                     
                                                             La araucana

El  rostro de la mujer araucana delataba  una  gran angustia.
Tenía destrozada su alma. Tiempo atrás, ella vivía en pleno corazón de la provincia de Neuquén con su esposo, en terrenos aledaños al  Llao Llao.
Contaban con  unas pocas vacas lecheras, a las que ordeñaba a diario. Eran el sostén del hogar.
Cuando la vi, ella notó en mí una gran intriga que se desprendía de mis ojos absortos ante su amargura, entonces comenzó a entablar con diálogo conmigo.
           De a poco mi  intriga se fue desvaneciendo ante sus quebrantadas  palabras. Me dijo que  hacía seis meses unos hombres bien vestidos y con papeles en sus manos, se presentaron en su campito amado aduciendo que debía retirarse ella y su compañero, porque esas tierras ya no le pertenecían. Venían de parte de una empresa importante cuyo móvil era edificar un gran hotel internacional.
—Ahora estamos viviendo en un barrio en donde las casas son todas iguales, ni patio tenemos— explicó con mucha congoja.
Me imaginé su estado de desesperación, y continuó:
—El gobierno del municipio nos da cada mes un subsidio, pero eso a mí no me gusta. He vivido dignamente con mis trabajo, pero ahora…
Le pasé mis manos por su cabeza y le dije:
—La entiendo, créame. Ojalá pudiera  hacer algo por Ud.  Pero yo sólo soy una persona más  que vive las injusticias como tantos habitantes de este país.
                                                                              Gladys Taboro

                                                       
                                 

viernes, 8 de mayo de 2015



                                                             Inocencia deshilachada

Hoy un niño apuntaba su arma de juguete

hacia  mí.

Dirigía  la mirada como lo hace un francotirador

mientras  yo lo observaba fijamente.

Pequeño niño jugando a la guerra.

Como si se tratase de un juego…

Su inocencia se deshilachaba

entre  las manos preparadas para el tiro.

Y seguí  mis pasos. Callada. Pensativa.

Hoy un niño apuntaba su arma de juguete

hacia  mí y mi corazón lloraba amargamente.

                                Gladys Taboro


lunes, 27 de abril de 2015



Las palabras
Las palabras cantan, susurran, suben, bajan.
Me rodean, me ciñen,  me  extasían.
Las desarmo,  las recompongo.
Las invento,   las decoro.
Las junto y las conservo en mi mente
para escribirlas en mis relatos.
Todo está en las palabras.
A las palabras buenas  tomo en mis manos,
a  las palabras malas  entierro en el magma.
Algunas pesan mucho y estallan,
otras son etéreas y me embriagan.
Benditas las bocas que lanzan al aire
esta Lengua viva, este idioma mío…
                                                      Gladys  Taboro

viernes, 27 de febrero de 2015

miércoles, 21 de enero de 2015



                                                                La voz
“…la imponente ladera rocosa, blanquecina con algunos matices
lilas y grisáceos, cae en forma abrupta en un valle encantado.
Éste está  tapizado por lavandas que lanzan al espacio sus
aromas y colores.  La laguna Brava recibe flamencos, los que se
amalgaman con los gritos de ciertos pájaros extraños.  Dos
chalets  se observan erigidos en el exacto sitio donde la loma
comienza a elevarse.  Sus jardines de tulipanes estallan  en
colores rojos y lilas, salpicados por algunos blanquecinos…”
Ese relato fue escuchado por  Azul en una noche de invierno,
quien había cerrado sus ojos para dejarse llevar por la voz
armónica y serena del locutor; el mismo que le aceleraba el
corazón cada vez que lo oía.  Sólo sabía que se llamaba Ivo
Márquez y vivía en la capital. Sus palabras estaban impregnadas
de seducción.  Él lo sabía bien, dándole los  tonos  precisos  para
crear el suspenso, la sorpresa o generar el misterio que los oyentes
deseaban    percibir.
A la soñadora  Azul, aquel espacio radial le transmitía una
especie de seguridad emocional y hasta un dejo de erotismo.  La
noche era cómplice de esas sensaciones que nacían de lo más
profundo y recorrían sus venas como un fuego. Sus oídos se
relajaban de una manera singular.  La modulación del
comunicador  era una suave caricia para su piel.  Podía con ella
evocar los momentos felices  de su vida  pasada y recrearlos al
instante.  Lograba  viajar por los lugares más remotos y bellos del planeta.  Lo que él decía  despertaba un interés provocador y atrapante.
Estaba convencida que Ivo Márquez, sin ser médico, curaba.  Sin
ser sicólogo, daba consejos.  Él volcaba en cada programa  su
pasión innata y eso los receptores  podían percibirlo.  En varias
ocasiones se generaban diálogos con sus radioescuchas
abriendo su micrófono y su corazón.  A menudo Azul  llegó a
sentir celos por  las mujeres que se comunicaban con él por  teléfono.
Cuando la noche avanzaba y los sueños iban devorando a las
calles y a sus moradores, la emisión fenecía.     Entonces ella, contagiada por la placidez del melodioso tono vocal que seguía retumbando en su mente, se dormía plácidamente.
En  la oficina donde trabajaba, las mujeres sabían del deleite
causado por “la voz de la garganta de oro”, pero la mayoría no
podía escuchar a Ivo Márquez.  Los niños y el hogar eran un
impedimento para ellas.  En cambio, Azul estaba divorciada y no
tenía hijos.   Era dueña de dos horas  por día para soñar despierta.
Un lunes del mes de septiembre, ella se levantó con el propósito
de ir a la radio para conocer a Ivo.  Le diría que lo escuchaba
desde el primer día que comenzó a lanzar su voz clara por los
aires.  Le diría que sus palabras eran sanadoras y la envolvían
como un halago.  Le diría que soñaba cuando describía los paisajes como si   los hubiese tenido delante de sus ojos. Le diría que
sus expresiones  suavizaban  las horas nocturnas. Le diría tantas
cosas juntas que no sabría cómo hacer para que él la
comprendiera claramente.
Se colocó el mejor vestido y su calzado nuevo.  Peinó los
cabellos cortos y lacios,  delineó sus  ojos pardos, se pasó
rouge por sus labios carnosos y envolvió su cuello con el mejor perfume.
Cuando llegó al edificio de la Radio Universal dos horas antes del comienzo de la transmisión, le indicaron que se acomodase en las butacas de la entrada principal.  Aguardó allí con un resabio  de nerviosismo.
Se abrió la puerta vaivén y lo vio.  En su mano derecha asía con
fuerza un bastón blanco y a su costado izquierdo, un señor de mediana edad lo acompañaba.
Azul se acercó  para saludarlo.  Al estar frente a Ivo observó sus
ojos inertes y el semblante apacible.  Se saludaron besándose
en las mejillas.   Ella  no pudo emitir un solo vocablo ensayado
mientras él le preguntaba el motivo de su  presencia.     Azul
apenas pudo contestarle. Ivo tomó las manos temblorosas de la
mujer  y la invitó a compartir el desarrollo del programa que
empezaba en minutos.
Emocionada hasta los huesos, le dijo que sí, que lo acompañaría con placer.
La mesa de trabajo mostraba instrumentos adaptados para las
personas no videntes.   Computadoras, relojes, anotadores y
libros en sistema Braille estaban al servicio de  Ivo, quien
comenzaba  la radiodifusión expresando estos términos:
“Esta noche tengo a mi lado a una mujer brillante. Se llama Azul.
Bonito nombre. Como el cielo y como el mar. Ella me
acompañará y será la luz de mi mirada, la luz que perdí hace
varios años cuando me dirigía al  Instituto Superior de
Enseñanza Radiofónica. Ese mismo día, me habían otorgado el
título de Locutor Profesional. A la salida, alguien no respetó el
semáforo y fui arrollado sin piedad. Perdí la visión de ambos ojos
pero Dios quiso que mi voz siguiera  intacta.    Ella es mi
instrumento y la lanzo al aire para todos los que están del otro
lado, escuchando este espacio, como lo viene haciendo desde varios meses mi amiga Azul.”
Hoy se sabe que Ivo y Azul forman una pareja inseparable.   Él le
susurra  palabras de amor al oído y ella se deshace entre sus brazos.